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domingo, 4 de marzo de 2012

Cómo echo de menos aquella época en la que el dolor era una herida en la rodilla, la mentira una inocente verdad a medias, los secretos la prueba más fiel de amistad y los problemas sólo eran cuestiones matemáticas. Aquella época en la que las carreras se contaban en metros o en segundos y no en créditos, cuando un amigo era un hermano y un hermano un enemigo, cuando las tardes consistían en jugar, merendar y jugar, cuando el chocolate era el tesoro más preciado que podías conseguir.
Cuánto daría por volver a esa época en la que los helados eran más grandes y manchaban más, en la que los adultos eran unas personas raras, que hablaban de cosas raras y se comportaban de forma rara. Aquellos tiempos en los que la felicidad era una forma de vida y no un estado pasajero.
Volver a aquella inocente infancia en la que la magia, la ilusión y la fantasía eran lo único real en un mundo pequeño pero lleno de vida